Esta última frase es clave. A todos los que recibimos una educación religiosa en la infancia se nos enseñó a rezar para pedir la protección de lo Superior; no solo en caso de sufrir dificultades sino a modo de profilaxis: para evitarlas. También se podía utilizar la oración para inclinar a Dios en favor de nuestros intereses si teníamos que competir por algún objetivo con otros aspirantes. Siempre eran demandas personales, nunca se le pedía a Dios que realizara cambios sociales; seguramente porque se suponía que la sociedad era todo lo buena que podía ser y no necesitaba cambio alguno. El mero hecho de planteárselo se tenía probablemente por subversivo.
Lo que sí se hacía era rogar por los pobres y los desamparados, como si Dios se hubiera olvidado de ellos y nosotros tuviéramos que recordárselo. Y con esta rogativa nos desentendíamos del problema. Porque, además, se daba por sentado que la mayor parte de las dificultades que sufrían los pobres era consecuencia de la mala vida que llevaban. Todavía hoy día se escuchan argumentos de este tipo cuando se habla de la inmigración.
Pero en el terreno de la espiritualidad hemos evolucionado un poco. Ahora tenemos claro que Dios se ocupa de los pobres y los desamparados a través nuestro; y no solo incrementando nuestra sensibilidad hacia el sufrimiento de determinadas capas de la población sino buscando nuevas formas de organización de la colectividad que las evite.
Si pedimos ayuda a Dios es porque necesitamos que lo Superior despierte más conciencias y nos ayude a alcanzar la influencia indispensable para realizar cambios a nivel planetario; porque el clamor de la población ya es muy grande y se está escuchando en todas partes.
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