El problema es si podemos competir con el islamismo radical a la hora de despertar la conciencia de ser en esta juventud condenada al paro y a la drogadicción en nombre de la democracia o, mejor dicho, del sistema de mercado. ¿Estos son los valores que podemos transmitir?
Hemos trasladado lo espiritual a la intimidad permitiendo que lo social se ordene en base a otros criterios mientras que el Islam predica lo contrario: la necesidad de que la vida social y la conducta humana se rijan por valores espirituales. Y podemos discrepar acerca de cómo se interpretan dichos valores, pero esconderlos no parece la mejor manera de combatir un radicalismo que considera obligado destruir a una parte de la población para hacer que la humanidad siga los designios de Dios. A nosotros nos parece brutal esta “solución” pero nuestra forma de sociedad, aunque no destruye directamente a las personas, condena a gran parte de la juventud a un subdesarrollo material, intelectual y espiritual: al paro, a la delincuencia y a la drogadicción. Y ante esto debemos ser más radicales, no lo podemos considerar inevitable, tenemos que denunciar unas estructuras basadas en la brutalidad y en la deshumanización.
La cuestión es cómo hacerlo porque no nos vamos a poner a cortar cabezas. Así que debemos contemplar otra clase de radicalismo, un radicalismo que anteponga la dignidad del ser humano a las relaciones económicas y de poder, sean nacionales o internacionales; una radicalidad capaz de abrazar al “enemigo” en su vertiente humana; que seguro que la tiene, porque no puede no tenerla.
En relación a todos estos sucesos a menudo solo podremos expresar nuestra preocupación por una realidad que los posibilita y de la que todos somos responsables, por acción u omisión. Pero si en lo que nos concierne de un modo directo, actuamos siempre desde el fondo, conscientes del potencial divino que se expresa por medio de nosotros, seguro que esto hará mella en la conciencia social. Como dice Blay, si la persona vive más y más su autenticidad se convierte en un centro de inducción que, de un modo u otro, afecta a toda la humanidad, y especialmente a quienes están en busca de su autenticidad. Así que no digamos que no podemos hacer nada. Seamos radicales en nuestro nivel de conciencia.