Ahora, cuando los parámetros mentales no se ven atravesados por la experiencia de la fe, se convierten en ídolos.
Las creencias pretenden atrapar a Dios en ellas mismas pero Dios nunca se deja atrapar. Dios está en el vivir del momento, en el presente que actúa, activando su huella en nosotros; y este momento presente nunca se deja atrapar.
La huella, es un concepto de Emmanuel Levinas (1906-1995): “el hombre es huella”. Transmite que alguien ha pasado previamente por el camino que recorremos y ha dejado en él la marca de sus pies. La huella presenta un absurdo: la presencia en la ausencia, el testimonio de algo que no se ve pero ha dejado una marca indeleble que expresa una verdad: el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios.
El problema que tenemos es que proyectamos esta huella como un objeto, mediante imágenes; y entonces deja de ser algo trascendente para convertirse en una categoría mental. La huella de Dios en nosotros está dentro, en el centro de nuestra conciencia, y ahí tenemos que descifrarla.
Nuestras creencias tienen que estar en proceso de transformación constante mediante la fe que las aplica; deben ser penetradas y atravesadas por la luz, por una energía que las esté renovando constantemente cuando las atraviesa. Y su formulación va variando a medida que la fe se va haciendo más vigorosa, más real, más auténtica, en una proyección hacia el absoluto, hacia la eternidad simbolizada por el sábado.
El símbolo del sábado, lo encontramos en el arte de la abadía cisterciense de Noirlac, situada en Cher, Francia. Allí tenemos el óculos de seis lóbulos con un círculo central. Los seis lóbulos imperfectos son la expresión de los seis días de la creación, y el circulo del centro, perfecto, representa el sábado, la eternidad. La luz del sol dibuja en el suelo, el programa de nuestra vida: trabajar durante seis días para conseguir la madurez necesaria para alcanzar el sábado, la eternidad. En un mensaje que proyecta en el suelo la huella del sol, pero no se deja atrapar.
Todos caminamos hacia el absoluto, representado por el sábado. Pero para entrar en el sábado hay que atravesar el desierto,. que simboliza todo tipo de resistencias en nuestra propia vida personal y colectiva. El desierto significa ponernos a prueba, son las dificultades que nos encontramos en el camino a recorrer: dogmas, conflictos, desgracias, embaucadores… circunstancias capaces de paralizar nuestra evolución, y solo podremos superar estas dificultades si somos capaces de mantener, respetar y proteger la huella.