He compartido 45 años con ella, en ella reconozco el amor inmenso que somos. Ha sido una mujer que ha querido y cuidado a todos los suyos todo lo que ha podido y más. Me ha aceptado tal y como soy, siempre dispuesta a hacer cualquier cosa para que el que estuviera a su lado se sintiera cómodo y cuidado y siempre con una actitud positiva y alegre. De pequeña pasaba todos los fines de semana con mis abuelos y también los tres meses de vacaciones de verano. Ella me cocinaba los platos mas deliciosos que nunca he comido, y si no eran mis preferidos, ella con sus canciones y sus cuentos los convertía en ellos. Al ir a dormir recuerdo sus mimos, sus abrazos y sus rezos, hasta quedarme dormida en ellos, y no se separaban de mi en toda la noche.
De la muerte sé poco, muchas teorías pero pocas experiencias, aunque la más importante e impactante que he vivido hasta ahora fue la de mí padre. Hace más de 20 años, tenía yo 22 años y sabía que mi padre estaba muy enfermo de cáncer y no tenía cura, así que desde el momento en que supe que la muerte de mi padre estaba cerca no quise que llegara nunca. Vivia aterrada esperando el momento de una despedida que no pude evitar. Así llegó el momento tan temido por mí, viví su muerte sin entender nada, con mucha angustia y desesperación, sin querer despedirme de él, no quise aceptar que la vida de mi padre había llegado a su fin, que no lo volvería ver, que no lo volvería abrazar, ni escuchar su voz, ni sus consejos ni sus broncas. En el momento culminante, cuando sí o sí me tuve que enfrentar a su muerte, sentí un dolor punzante que atravesó mi corazón por mucho tiempo. Recuerdo el dolor muy intenso en mi pecho que duró muchos años y, en este caso, sí que es verdad que el tiempo poco a poco va apaciguando ese dolor, pero, la verdad, ahora al mirarlo 20 años después, siento que no entendí nada de todo aquello. Desde ese día, y por mucho tiempo, no he querido hablar ni pensar en la muerte, pero desde que estoy en el Trabajo espiritual se ha vuelto un tema más en el que pensar, del que hablar y sé que lo debo incorporar en mí.
Ahora, delante de la muerte de mi abuela se me presenta la gran oportunidad de vivir la muerte de un ser querido de una manera muy diferente, más consciente, viviendo la experiencia con más luz. He pasado estos últimos cuatro días junto a mi abuela, esperando que llegara el momento de despedirnos definitivamente. En mis primeras salidas de la habitación me despedía de ella, porque no sabía si la volvería a ver en vida. Más adelante entendí que mi abuela ya no se despertaría. Ella había decido emprender su camino para no volver, su respiración cada vez era más y más débil, más espaciada y yo sentía como ella poco a poco se desprendía de su cuerpo. Iba soltándose, relajándose, dejando su cuerpo y en un ligero suspiro se fue. Su cuerpo dejó de vivir, se fue muy suavemente y con una gran delicadeza, igual que hacía las demás cosas. Ahora escribiendo estas palabras veo que fue ella quien me estuvo acompañado a mí en su muerte y no yo a ella, como yo pretendía.